Cuenta la leyenda popular que a principios del
siglo XVII, existían dos grandes grupos indígenas
que tenían rivalidades por cuestiones territoriales: los
de La Peña y los de Ahuacatlán. Un día, llegó
un arriero a la Hacienda de San Gaspar, en donde laboraba un numeroso
grupo de jornaleros de La Peña. El arriero les ofreció
en venta una de las tres imágenes que traía consigo.
Al ver éste que los jornaleros no tenían ningún
interés en ninguna imagen, les dejó una para que
lo pensaran, prometiendo regresar al otro día. El misterioso
personaje jamás regresó. En aquel momento el Cristo
era blanco, de proporciones y características europeas.
El apego de los indígenas a la imagen fue creciendo a tal punto que solicitaron permiso al hacendado de festejarlo, en su particular modo, con danzas y chirimías acompañadas de comida y regadas con pulque. Al hervor de los alcoholes, se olvidaron del respeto a sus patrones.
Cada año la historia se repetía e iba en aumento, hasta que los patrones decidieron donarles la imagen con la condición de que le construyeran una ermita lejos de su propiedad. Así fue como el Cristo quedó ubicado en una modesta construcción de carrizo y zacatón.
Un 3 de mayo, festejando la Santa Cruz, en medio de la euforia y al calor de los pulques, fueron sorprendidos por sus enemigos, los de Ahuacatlán. Fue una terrible batalla y no se sabe si, por accidente o con intención, la ermita se quemó. Esto acabó repentinamente con la lucha. El gran misterio fue descubrir que entre las cenizas estaba intacta la imagen. No se quemó, aunque sí cambio de color: ahora era totalmente e irremediablemente negro.
Al lugar acudió el sacerdote misionero, que asumió y explicó a los indígenas que el cambio de color se debía a la acción redentora de Dios para liberar a ambos bandos del odio, rencor y venganza que los consumía, logrando así la paz y armonía en el Valle de Temascaltepec, hoy Valle de Bravo. La imagen fue llevada en una procesión conjunta a la capilla "el Calvario", construida por los frailes en Ahuacatlán y reconstruida más tarde dedicada a la Asunción de María. De allí tomo el nombre de El Señor de Santa María.
Marco A. Castro Photo 2016 All rigths reserved
El apego de los indígenas a la imagen fue creciendo a tal punto que solicitaron permiso al hacendado de festejarlo, en su particular modo, con danzas y chirimías acompañadas de comida y regadas con pulque. Al hervor de los alcoholes, se olvidaron del respeto a sus patrones.
Cada año la historia se repetía e iba en aumento, hasta que los patrones decidieron donarles la imagen con la condición de que le construyeran una ermita lejos de su propiedad. Así fue como el Cristo quedó ubicado en una modesta construcción de carrizo y zacatón.
Un 3 de mayo, festejando la Santa Cruz, en medio de la euforia y al calor de los pulques, fueron sorprendidos por sus enemigos, los de Ahuacatlán. Fue una terrible batalla y no se sabe si, por accidente o con intención, la ermita se quemó. Esto acabó repentinamente con la lucha. El gran misterio fue descubrir que entre las cenizas estaba intacta la imagen. No se quemó, aunque sí cambio de color: ahora era totalmente e irremediablemente negro.
Al lugar acudió el sacerdote misionero, que asumió y explicó a los indígenas que el cambio de color se debía a la acción redentora de Dios para liberar a ambos bandos del odio, rencor y venganza que los consumía, logrando así la paz y armonía en el Valle de Temascaltepec, hoy Valle de Bravo. La imagen fue llevada en una procesión conjunta a la capilla "el Calvario", construida por los frailes en Ahuacatlán y reconstruida más tarde dedicada a la Asunción de María. De allí tomo el nombre de El Señor de Santa María.
Marco A. Castro Photo 2016 All rigths reserved